Tumbado, el portátil conmigo, en
la tele una película en blanco y negro de la que solo me interesaba eso, el
blanco y negro. Sonando una bonita canción, solo una, porque me gusta repetirla
hasta que parezca estar dentro de mí. En la pantalla del ordenador una foto
suya. Así me disponía a escribir estos párrafos con la única intención de
descargar presión a mi corazón, harto de callar lo que sentía e incapaz de
aguantar un segundo más el sufrimiento de tanta ilusión y desilusión, tanta
medicina y tantos dedos en la yaga.
Todo empezó una mañana, hace un
tiempo. No podría decir exactamente qué día, porque podría haber sido
cualquiera. Lo cierto es que una mañana me descubrí a mí mismo ensimismado con
alguien a quien desconocía. Alguien cuya simpatía y encanto me eran ajenos
entonces y cuya debilidad e inseguridad me son irrelevantes ahora. Las puntas
de su pelo castaño brillaban al sol, sus ojos parecían camuflarse con el
resplandor del sol sobre el cristal y su sonrisa blanca y amplia aliviaba a
unos labios que parecían contener el secreto de la felicidad. Como si el tiempo
me hubiera concedido un respiro para disfrutar sus encantos allí estaba yo
desviando continuamente la mirada observando esa silueta delgada y esa tez
pálida pero seguro suave.
Lo que pasó después es la típica
historia de dos sentimientos encontrados, bonitos pero diferentes. Una chispa
incapaz de apagarse a pesar de las tormentas. Un amor de un solo camino,
hambriento, pero saciado con la más mínima migaja de pan.
Escribo esto como ya dije aún
sabiendo que la vida continua pero con la esperanza de que alguna vez se
vuelvan a entrelazar nuestros caminos. Camino descalzo sobre zona rocosa, pero
las vistas merecen la pena. Sigo mi camino, no hay dolor.
Al intentar acceder a mi cuenta de blogger me he encontrado con esto... Bonita entrada. Escribes muy bien y con mucha sensibilidad.
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